domingo, 24 de agosto de 2008

entre el ente de la espiralidad

Cuando fui caracol caminé con las manos del oasis
Por las huellas de un vestigio donde nadie habitaba
Cargaba sobre los hombros la vergüenza del hombre
Y la espiga que amanece después de la extinción.

Cuando fui caracol no existía la lluvia dentro de los ojos
No existía el amor entre enseres que escapan de la luz
los anillos de saturno en un brinco de revelación
quitaban el hemisferio del polo que enamora a las brújulas
la continuidad de mis pasos se hacían huellas de algo
hilos de tristeza en los muros, torrente de las libélulas
espuma del cangrejo en cóleras, danza de los cóndores
hermosura de aquel delatador ritual del escape del alma.

Tuve el día que se escurría por las manos
besé al sol de los escondidos frente a frente
mastiqué la luna cuando decidió oscurecerse
diluí mis salivas como el rió escapa de la montaña.

Babeaba de excitación conmigo mismo
Y mordía mis ojos desorbitados a la realidad.

Cuando fui caracol no había ternura
No concebía la belleza atolondrada
De un beso en la caricia de un meñique
entre los pétalos que indican mi cuerpo
como un caparazón de sexualidad santa
recorreré con mis giros
la luz que te extingue las pupilas
en tu Corazón sin pálpito dentro de mi
dentro de mi lengua eterna
boca que nunca pensó en besar,
voz que no resuena en la espiral
como una concha tapando el oído
no escucho los gritos del oceano
escucho el precipicio plateado de
mis huellas perdidas
porque cuando fui caracol huía de la vida,
No miraba a la cola ni a los lados,
Era un cobarde que no llegaba lejos
Dormitaba en la escarcha del alba,
escondía mi obscena deformidad
Ante los rosales prematuros finos,
Maldecía el cuchicheo de la hormiga.

Cuando fui caracol conocí al hombre
Y vomité sus murallas de carnosidades.

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