domingo, 27 de abril de 2008

Viajero

Simples los buses cuando parten de su origen al destino, simples los pasajeros; iniciados hacia una verdad: en una hora y media han de llegar (claro, si Dios lo quiere y si no, que no sea). Siempre una leve espera envuelve los deseos del pasajero “¿Cuál ha de ser mi bus?, ¿Será aquel rojo revuelto con unas manchitas naranjas?, en un costado se ven las letras “J” y “M”. Mi boleto señala: Pullman Bus, no debe de serlo. Más allá otro Bus, azul con el nombre “Ahumada”, tampoco es el mío.”

Y entre esas esperas comienzan los toques de su pie con el piso, como un parkinson extraño demostrado en su pierna, esa mirada vigilante del ambiente, quien sabe cuantas ideas se han perdido por esos ojos, o mejor aun, cómo saber si aquel sometido viajará, o simplemente, espera a algún conocido suyo. Son tantas las interrogantes, tantas las atrocidades que vemos en un Terminal de buses. Como concurrente de aquel espectáculo debo admitir y señalar: “cuidado con los pasajeros”. Nunca se sabe si viajan o esperan o, meramente, pierden su tiempo sentados en una esquina que nadie se atreve a mirar por el sólo hecho de estar, de respirar, de no pagar la entrada y ser un denominado “colado” en las funciones más devotas de aquellos participantes. Y para qué hablar de cada uno de ellos, si algunos viajan con un bolsito tan pequeño que parecieran ir a pagar las cuentas y nada más, otros llevan toda la casa en unos bultos que ni les cuento, y ese infaltable viajero que emite los cánticos a todo habitante del lugar “¡hermano, una monedita pa llegar a Machu Pichu!”. Y lo peor de todo, es que somos actores sin si quiera saberlo, exhibimos los más connotados espectáculos en las calles sin que nadie percate nada, y cuando nos llega la hora de actuar nos quedamos pegados pensando en como podríamos hacerlo. Hasta aquí, un consejo más o menos claro; si quieren barata entretención recorran las calles, tomen asiento en las alamedas donde los pololos se unen en su sagrado lecho de amor a la sombra de enigmáticos árboles que un Gringo sin duda se sorprendería de verlo. Caminen de vereda en vereda, mójense las manos con el agua de las piletas, vístanse con las luces de cada farol, hablen con cada vagabundo; ¡Pero por todos los cielos que existan!, no se atrevan a murmurar, a romper el silencio en cada escena, pues nadie se reconoce después de cada acto y nadie jamás ha de dar cuenta sobre esta función que nadie percibe.

2 comentarios:

Andrés Claudio dijo...

En la calle está el meollo del asunto,en la realción persona persona.
En la relación está el meollo del meollo

Bueno.

Andrés Claudio dijo...

El comentario es con devuelta.